Km 17 952
Cuando vemos nuestro barco por primera vez, nos preguntamos cómo vamos a dormir y vivir en él con 19 personas durante los próximos 5 días. El barco es un poco más grande que los veleros clásicos. Parece una mezcla entre un viejo barco de pesca y un velero. El interior es, afortunadamente, mucho más bonito que el de un barco de pesca. En la planta superior se encuentra el centro de navegación, la cocina y un pequeño sofá. Unos pocos escalones nos llevan hasta el nivel del agua donde se encuentran todas las camas. 7 duermen en la popa, 4 en el centro, 7 en la proa. También hay dos baños en la planta baja, una ducha está arriba. Las camas son pequeñas pero bastante cómodas y cada una tiene una luz y un pequeño ventilador, algunas con una pequeña ventana que da directamente al mar. Nos reunimos todos en cubierta y nos conocemos mientras salimos del puerto de Cartagena. ¡Adiós a Colombia!
Los dos primeros días son muy duros. El barco se balanceaba entre las olas, todos se sentían mal y era difícil dormir. Habíamos planeado ver muchas películas durante la travesía, pero al final nos limitamos a tumbarnos en los cojines de la cubierta, mirando el horizonte y concentrándonos en intentar no vomitar. Algunos no lo consiguen y tienen que agachar la cabeza sobre el agua. Bonito el ambiente.
El segundo día, por fin vemos las montañas de Panamá en la distancia. Una hora más de barco y también podremos ver las primeras islas. Pusimos rumbo a uno de ellos. Cuando pasamos por detrás del arrecife de coral, el mar se tranquiliza y todos respiran por fin profundamente. Lo peor ya ha pasado. Unos cuantos delfines nos acompañan en nuestros últimos momentos de navegación, luego echamos el ancla entre 3 pequeñas islas. Los cocoteros nos invitan a saltar al agua y nadar hasta una de las islas para explorar y caminar por la arena blanca. Paseamos por la isla y luego volvemos al barco para comer.
Los 3 días siguientes son similares, pero es un momento estupendo. Cada día visitamos nuevas islas, algunas habitadas, otras desiertas. Nadamos, buceamos en el arrecife de coral (Kati incluso ve un tiburón) y comemos muy bien. En una de las islas jugamos al voleibol de playa, en otra hacemos una fogata por la noche para celebrar. Incluso un baño de medianoche (o casi) con plancton luminiscente forma parte del programa. Los demás viajeros son todos muy agradables y nos lo pasamos muy bien. Aunque, las olas durante las partes de navegación nos hacen felices al dejar el barco. ¡Aquí estamos en Panamá! Volvemos a montar nuestras bicis, los demás cogen un autobús. Pero las despedidas no son para siempre, pronto nos volveremos a encontrar en Ciudad de Panamá y seguramente también en otros viajes por el mundo.
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Bienvenidos al paraíso